domingo, 18 de octubre de 2015

Gilead, de Marilynne Robinson

No os hacéis idea de lo mucho que sentí terminar este libro. La verdad es que nunca me había pasado esto antes. Supongo que normalmente me puede el deseo de saber cómo acaba todo, así que no me preocupo tanto por lo que dejo atrás. 
Claro que eso sólo funciona cuando lo que te cuentan es una aventura. Iba a decir "historia" pero tuve que borrar a mitad de palabra. Llevo un rato contemplando este párrafo y aún no sé cómo describir Gilead. Sólo tengo claro que me recuerda mucho a Yo serví al rey de Inglaterra. Ahora me doy cuenta de que esa novela siempre será para mí un referente de todos estos maravillosos desvíos literarios. 
Para que os hagáis una idea, Gilead es la carta que un padre escribe a su hijo porque sabe que es ya demasiado anciano para verlo crecer. Lo sensacional de este libro es que no hay ningún tipo de intermediario: lo que tienes entre manos es esa misma carta. No hay cajas polvorientas en el desván ni descubrimientos afortunados: Marilynne Robinson no necesita adornar la realidad ni plantear misterios donde no los hay; con Gilead nos entrega la carta en mano y con eso es más que suficiente. 
No deja de ser curioso que haya escrito "realidad". Lo hice sin darme cuenta pero voy a dejarlo tal cual está, aunque soy la primera sorprendida. Creo que ya lo dije algunas veces: me da lo mismo que un letrero bien gordo pregone que la película o el libro que sea está basado en hechos reales porque me lo voy a tomar igualmente como ficción. Además de ser la única manera que tengo de sobrellevar la oleada de biopics de estos últimos años, sinceramente creo que toda reelaboración de una historia supone un grado de ficcionalización suficiente como para que la realidad ya sea otra cosa distinta. 
Pero Gilead hace con todo eso lo que quiere. Aunque siempre supe que no era real, mientras lo leía se me olvidaba. No sé cómo describirlo mejor. Gilead tiene una voz tan genuina que es difícil no perderse. Era inevitable, pero sigo un poco triste por haberme encontrado. 

2 comentarios:

  1. Hola.

    Leyendo tu comentario no sé por qué (cosas de la edad, supongo) me vinieron a la cabeza dos textos. Un cuento de Yourcenar "Cómo se salvó Wan-Fô". Va de un pintor cuyos cuadros superan la realidad. Y un sucedido protagonizado por un tal Fernando Silva del "Libro de los abrazos", de Galeano. Este Fernando contaba las historias tan bien que la propia realidad sentía envidia.
    Te recomiendo el cuento de Yourcenar. Galeano no es santo de mi devoción.

    ¡Ah!, acabo de leer un par de novelas de Daniel Woodrell, "Los huesos del invierno" y "La muerte del pequeño Shug" en las que la puñetera verdad te golpea y bloquea como un puñetazo en el estómago.

    Toda la divagación anterior choca con lo que repito a mis niños de primer ciclo de ESO. A saber: la literatura, bellas y bonitas mentiras. No recuerdo, Ana, si tenía esa coletilla cuando estabas conmigo o es más reciente. ¡Uf!, la edad, sus chocheces, manías y locuras.

    Como siempre, tu comentario es brillante. Llegarás, Ana, llegarás.

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    1. Guau, María José, muchísimas gracias.
      Agradezco mucho tus recomendaciones. Me dejas especialmente intrigada con el cuento de Yourcenar.
      Las bellas y bonitas mentiras me resultan muy muy familiares, pero yo también tiro para mayor, como suele decirse jaja Sí recuerdo que entonces veía la ficción de otra manera. Como todos, supongo.

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