lunes, 22 de febrero de 2016

Star Wars. Episodio IV. Una nueva esperanza

Después de ver El despertar de la fuerza (y de todos los debates que siguieron), me di cuenta de que tenía muy borrosa la trilogía original. Recordaba, como de los cuentos de la infancia, los momentos más emblemáticos y poco más. En fin, se me presentó de pronto la excusa perfecta para volver a ver estas películas. 
No sé cuándo las vi por primera vez ni en qué condiciones. Conservo la sensación de absoluto asombro, pero todo lo demás está en blanco.

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Llevo con este post parado en borradores muchísimo más tiempo del que me gustaría. Así con la tontería, va a hacer dos meses desde que vi El despertar de la fuerza y me metí de lleno en lo que yo esperaba que fuese un épico maratón. Las navidades universitarias se pusieron en medio pero, si nos empeñamos en mirar el lado positivo, bien podría decirse que me ha dado mucho tiempo para pensar. 
Ahora tengo muy claro que ni siquiera entonces, con Una nueva esperanza tan reciente, sabía realmente cómo abordar esta entrada: me quedo en blanco siempre que se trata de hablar de un clásico porque siento que no podré aportar nada nuevo.
Lo que sí puedo decir, sin embargo, es que en este retorno a los orígenes de la saga encontré justo lo que andaba buscando: la esencia misma de Star Wars, tan magnética como el primer día, el tiempo detenido en una historia tan sencilla y clásica como genuina. Es lo que vi en El despertar de la fuerza, casi calcado. Aún tengo mucha fe en la trilogía nueva; si se puede hablar de cambio, es que ahora valoro todavía más el impulso pionero de Una nueva esperanza

Puesto #12 de las 200 de Cinemanía.

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